2009-08-31 5411 lecturas
Arturo Alejandro Muñoz
especial para G80
La política de última hora
Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? (¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?); nuevo-viejo-el mismo Intendente habemus…alea jacta est.
LA FRASE QUE está en la bajada del encabezado o título de este artículo, pertenece a Cicerón, y puede ser endilgada con absoluta propiedad a quien, desde Santiago, determina los nombramientos de ciudadanos encargados de administrar en regiones la “cosa pública”, pues en ninguna Constituición Política, ley ni reglamento se advierte que para desarrollar la democracia es necesario disponer de toneladas de paciencia.
A los chilenos, cada cuatro años, el sistema nos da la oportunidad de emitir un sufragio para elegir a quienes “nos representarán” durante un determinado período en diferentes organismos del estado, ya sea Congreso Nacional, Presidencia de la República o Municipios. Punto y final. No hay más posibilidades, lugares o instancias donde podamos ejercer la democracia.
Seremías, gobernaciones, intendencias, consejos regionales, magistraturas judiciales, notarías, jefaturas de servicios públicos nacionales y regionales, etc., quedan definitivamente fuera de la lupa pública. Esos organismos constituyen la miel fresca y dulce que es disputada a sablazos por aquel escuálido 5% de compatriotas que están inscritos en partidos políticos o que, en su defecto, acostumbran a lavarles los pies a los dirigentes de tiendas partidistas…pero lavado con lengua, no con agua y mano.
¿Y quiénes son esos ‘dirigentes’ de tiendas políticas? Aquellos que insertaron un enorme tornillo en sus nalgas y se mantienen adscritos al cargo ad eternum, asegurando que no hay en todo el territorio nacional otras personas capacitadas –como ellos- para administrar en propio beneficio el trabajo ajeno. Para esta labor no es indispensable contar con estudios post-media, ni tampoco poseer algunas de las cualidades que se exige al común de los ciudadanos a la hora de postular a un puesto de trabajo. Con poseer las cuatro “eme” basta: mentiroso, muñequero, mafioso, maricón (del alma, no del culo).
Cada cuatro años la ciudadanía es llamada –cual rebaño lanar- a emitir su voto para elegir a uno de los nominados a esta especie de ‘Oscar’ político, y tales beneficiados son aquellos que las tiendas partidistas determinan como postulantes, es decir, esos que han estado años lavando pies con el músculo llamado lengua. Por lo general, las tiendas políticas nunca aciertan con sus nominaciones, ya que es costumbre privilegiar a los mayores pelmazos existentes en las huestes dirigidas por los poseedores de las cuatro ‘eme’.
De allí salen nuestras autoridades…casi como tortillas de rescoldo, pero sin harina. No es extraño entonces toparse con alcaldes que dicen “arcarde”, o con intendentes que acostumbran a pronunciar ‘haiga’ en lugar de ‘haya’. También existen iletrados absolutos, analfabetos genéticos que tocan el cielo con sus manos merced al lavado de pies. Imposible negar que los milagros existen.
El asunto se pone definitivamente peliagudo cuando una de esas autoridades cree a pie juntillas que ella es, en realidad, quien debe administrar una comuna, una provincia o una región. Ahí, el descalabro acecha y la ruina anuncia pronto arribo. Pero la ‘autoridad nacional’ (eufemismo barato que en el caso particular de intendentes, gobernadores y seremis significa simplemente Presidencia de la República) está interesada, como exclusiva preocupación por el bienestar del país, en la cosa electoral…ni siquiera en la ‘cosa política’…no…sólo en la electoral, o electorera.
Al final de un período presidencial, específicamente en un año de elecciones, cuando las papas no están bien cocidas para algunos (o todos) de esos grupos políticos que mangonean a la comunidad nacional, como hongos brotando en tierra húmeda aparecen personajes muy peculiares, graciosamente festinados por el pueblo durante años, pero poco melindrosos a la hora del rechazo popular, aguantadores de las más severas y fundamentadas críticas, caras de palo casi faraónicos, dispuestos a “poner su sapiencia y experticia en beneficio de la patria y del gobierno”.
¿Sapiencia y experticia, de qué? ¡Nada! Son iletrados e ignorantones que sin embargo realizan bien un solo trabajo: politiquear evitando que el grupo partidista al que pertenecen siga sufriendo una significativa fuga de votos. Cumplirán su rol a ultranza, aunque tengan que dejar a su comuna/provincia/región en la cuerera económica y en el desamparo tecnológico.
Finalmente, conseguirán que el daño ‘electoral’ sufrido por su tienda política no sea tan grande como se pensó en el momento que la autoridad correspondiente le designó en el cargo, pero a su alrededor se olerá y palpará el resultado de la inopia administrativa, el retraso y desorden en materias tan vitales como la educación, la salud y la justicia social y laboral. ¿Qué importa ello? Total, esos personajes asegurarán después que ellos han sido en su región “los mejores políticos del siglo”.
Esta clase de pilluelos obedece y corresponde fielmente a la frase que hace seis décadas pronunciara el dramaturgo, novelista y pensador español Enrique Jardiel Poncela: “”El que no se atreve a ser inteligente, se hace político””.
No obstante, y más allá de lo que todos consideran una obviedad en estas materias, los electores deben dejar de quejarse por tener ‘representantes’ menos que mediocres, más aún, dueños de las cuatro “eme”, a los que ya conocían perfectamente pero volvieron a entregarles el voto y la confianza. Por ello, quienes somos llamados cada cierto tiempo a emitir un sufragio para elegir a aquellos que pueden ayudarnos o esquilmarnos, deberíamos tener siempre a la vista esa magnífica frase escrita hace veinticinco siglos por el griego Anaxágoras: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”.
La molestia que experimenta gran parte de la gente en la Región del Libertador se debe a que, una vez más, casi a última hora, cuando queda poco del período administrativo, los gobiernos (y este muy en especial) -cual forma espuria de de tapar un equívoco mayor por parte de quien estaba a cargo de la región toda-, gustan engañar por enésima vez al pueblo sacando conejos viejos y desacreditados desde el interior de sus chisteras para recordarle a la ciudadanía que las metidas de pata no se han acabado, y que aún queda sorna y contumacia en las esferas palaciegas para provocar el disgusto en algunas regiones.
Ello es, precisamente, lo que acaba de ocurrir en la Región de O’Higgins, donde nuevamente La Moneda instala a un viejo personaje que ya se ha nutrido de cuanto cargo público existe, pero que el gobierno le rescata de las turbias aguas del río politicastro local para que lleve a cabo lo que mejor sabe hacer y que a ese gobierno le interesa prioritariamente en estos meses: marear, obnubilar, politiquear, lenguajear y empatar.
Arturo Alejandro Muñoz
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