2009-08-18 5502 lecturas
Arturo Alejandro Muñoz
especial para G80
No son humanos; son semidioses... son parlamentarios
¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos...? Eran todos hombres, más hombres los nuestros. No se conocía coca ni morfina; los muchachos de antes no usaban gomina... ¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos...? Veinticinco abriles que no volverán... ¡Veinticinco abriles! ¡Volver a tenerlos! ¡Si cuando me acuerdo me pongo a llorar...!
Manuel Romero escribió la letra de este tango allá por el año 1926…y como ocurre con muchas viejas melodías, lo que se canta en este ritmo aún tiene plena vigencia…tal cual ocurre con otros temas, como es el caso del tango “Cambalache”, del preclaro Enrique Santos Discépolo.
¿Y a qué diablos viene esta sarta de recuerdos añejos? ¿Añejos? Sí, es verdad, pero en nuestro país, especialmente en algunas municipalidades pequeñas, esas letras – poesía popular- tienen una vigencia que aterra. Si me dan algunos minutos puedo explicarles cuál es el fondo del asunto al que pretendo referirme.
Que las cosas han cambiado mucho en estos últimos 30 años, ni hablar. Han cambiado. Lo que no se sabe es si lo han hecho para mejor o para peor. Pero no culpemos ‘a las cosas’, porque eso es tan indefinido como un gobierno de la Concertación. Digamos sin temor a equivocarnos que son las personas, o los seres humanos, quienes han cambiado…y especialmente la mutación profunda se ha producido en la cuerera y en la calabaza de aquellos individuos que se dedican a obtener ingresos pingües trabajando poco y chamullando mucho; aseguran ellos que lo hacen sacrificadamente en beneficio de la comunidad y del país.
Lo anterior nos señala que hablamos de los políticos, o de ‘los señores políticos’, como acostumbraba llamarlos un distinguidísimo general de ejército que se caracterizó por su calidad humana, honradez, espíritu altruista, condición democrática, capacidad oratoria y pacifismo…militar al que, como ya es costumbre en esta tierra de mal agradecidos e inconformistas, se le acusó de haber escamoteado unas humildes chauchas, y algunas monedas de cien pesos, para juntar el dinero que requería para regresar a su casa en un colectivo la tarde aquella en que dejó el gobierno y entregó la banda presidencial a un tal Aylwin.
Y en España –ibéricos envidiosos- quisieron dejarlo en el chucho para siempre, pues le endilgaron culpabilidad por unos pocos asesinatos de gente común sin importancia.
Lo anterior no posee un solo atisbo de falacia para la actual clase dirigente chilena, ya que los mismos políticos que atacaron con alevosía a ese general durante los 17 años que duró su administración armada, una vez que recuperaron las riendas del gobierno entendieron cuán relevante era para ellos y para el país (más para ellos, por cierto…o tal vez únicamente para ellos) mantener el sistema económico impuesto por los militares con sus bayonetas, y aplaudido a rabiar por los empresarios que sacudían sus chequeras a guisa de saludo.
Ahí se produjo el cambio que se comenta al inicio de estas líneas. A partir de ese momento los políticos de todos los pelajes y tendencias (y diversidad sexual y género), decidieron que el estilo militar-vertical-autoritario-clasista les caía como anillo al dedo, aunque muchos de esos señores dedicados a la cosa pública sólo tienen el nombre de tales, al igual que sucede con el cartelito de un baño de cantina en el que se puede leer la palabra “Caballeros”, pero en el interior del retrete, la suciedad, el mierdal y el pésimo olor reinan sin contrapeso.
En realidad existen algunos parlamentarios a los que uno ni siquiera se atrevería a decirles “señor” si se topara con ellos en la vía pública…y hay otros (muchos, en realidad) que basta con escucharles pronunciar dos frases seguidas para entender que tienen conectado el cerebro con los esfínteres.
Vaya, vaya…pero a uno de esos tipejos en los actos oficiales hay que tratarlo de “honorable diputado de la República, señor equis equis”, cuando somos conscientes de las carencias culturales, intelectuales, morales y políticas del individuo en cuestión, pues todos saben (y el mismo parlamentario sabe que todos lo saben), que él está en ese cargo de representación pública únicamente porque la mafia familisterial a la cual pertenece y que domina su tienda partidista lo nominó y apoyó.
En los años anteriores a la abrupta llegada del general ya referido, los políticos se encontraban de verdad mucho más cerca de la gente. Era posible hablar con ellos directamente, sin tener que recurrir –como hoy- a una o más secretarias y dos o tres asesores que tienen como única respuesta: “yo le aviso cuándo lo puede recibir, mire que el diputado (peor aún si se trata de un senador) tiene su agenda muy recargada”. Eesa respuesta usted la encontrará sólo si tiene suerte, pues en la mayoría de los casos las ‘secres’ y los asesores ni siquiera ‘pescan’ a la gente que acude a la sede del parlamentario.
Se han transformado en pequeños dioses estos canallitas; ni siquiera en sus distritos se les ve. Hay algunos (recuerdo ahora un par de nombres) que aparecen por las comunas que les toca representar sólo al iniciarse las campañas y únicamente en el caso de que vayan a la reelección.
Sienten un encendido amor por figurar, por aparecer…ojalá en la tele…en caso contrario, el ideal es El Mercurio y La Tercera, aunque ahora The Clinic se ha convertido también en una excelente alternativa. No les interesa mucho si en esos medios los descrestan y los descueran, pues su nombre y rostro serán reconocidos por la mitad de los chilenos y, en caso de ser necesario, solicitan derecho a réplica y ganan más minutos o más páginas…obviamente, defendiéndose con argumentaciones que cualquier hijo de esta tierra consideraría “una sarta de huevadas y boludeces”.
Ah…pero no se le ocurra a algún medio de prensa pequeño, provinciano y pobre decir algo no muy positivo respecto del parlamentario local, porque ahí sí que el “honorable” entra en psicosis paranoica y revuelve todo el distrito exigiendo las penas del infierno para el editor respectivo. Que la tele y los diarios santiaguinos digan de él cualquier cosa, lo acepta de buen grado…pero por ningún motivo va a soportar que uno de sus “huachos”, “esclavos” y “picantes” votantes venga a sublevar a su parcela, le levante la voz o mencione asuntos que lo dejen en tela de juicio.
Es por ello que muchos parlamentarios de la Región de O’Higgins –y es el ejemplo que viene a mi mente- se hacen los de las chacras cuando El Mercurio, The Clinic, la televisión, La Tercera e incluso La Nación, lo suben al columpio y le sacan no sólo los trapitos al sol, sino también las deudas, las mariconadas, las mentiras, el alma y hasta el culo.
Pero si medios locales (como el Granvalparaiso) hacen lo mismo, entonces el parlamentario rasga vestiduras, se echa ceniza en la cabeza y azota su cuerpo con un látigo de suela, tildando al editor y al autor del artículo de locos anarquistas. Solicita a las autoridades regionales (muchas de ellas tanto o más pelmazos que el propio ‘honorable’) su inmediata y aleccionadora intervención para poner coto a lo que podría convertirse en “atentados contra la dignidad de quienes tienen la enorme e ingrata responsabilidad de representar a la gente en uno de los poderes del estado”. Ni que trabajaran gratis…o por el sueldo mínimo.
Esta forma de vida, esta manera de actuar, esta insondable levedad que juega a las escondidas con el clasismo, ha sido traspasada por los parlamentarios a concejales y alcaldes. Ya se está llegando a excesos cancerígenos política y socialmente en algunas comunas, pues existen ediles (que creen ser caudillos gatopardistas) equivocados en grado sumo respecto de su real nivel de autoridad, confundiendo el cargo con ‘propiedad personal’, ya que poseen cutis extremadamente sensible ante cualquier opinión que no les agrada, llegando incluso a prohibir el ingreso de determinado(a) ciudadano(a) al edificio municipal.
Los hay también peores y más imbéciles, no se crea que el ejemplo anterior es algo así como el epítome de la huevonura. No, qué va…podríamos estar toda una tarde contándonos las imbecilidades que realizan cierto ediles y muchos concejales en comunas pequeñas. ¡¡Pero se enojan severamente si alguien, de esa misma comuna, les reprocha su actuar!! Esos individuos creen que en las comunas rurales sus habitantes todavía pertenecen al estamento de inquilinos, y en tal saco meten también a profesionales como médicos, odontólogos, enfermeras, profesores, asistentes sociales, psicólogos, etc., pese a que muchas de esas mentadas ‘autoridades’, con suerte, terminaron la educación básica.
La actual ralea de políticos (desde senadores a concejos municipales) copió al pie de la letra la brutalidad intelectual del dictador asesino, y a esa horrible característica le otorgó rango de “eficiencia”, añadiéndole un derecho que nadie le ha permitido legalmente a los políticos (en especial a los de municipios pequeños), el cual es determinar por sí y ante sí qué vecinos (o ciudadanos) tienen derecho a hablar y quiénes deben ser aislados oficialmente.
Y pensar que hasta antes de la llegada al poder del Faraón Augustus Riggs, en nuestro país existía democracia verdadera, a todo dar, incluso con la edición de revistas como ‘Topaze’ y programas radiales y televisivos en los que se debatía respecto a la cosa pública sin caretas ni dobleces. Los políticos estaban acostumbrados a absorber positivamente la crítica, a discutir cara a cara y aceptar el juicio público, aun si este venía con envoltorio de humorística ironía que, en ciertos casos, deslindaba con el irrespeto y la injuria.
Es que, como reza el tango, “eran todos hombres, más hombres los nuestros”. Arturo Alejandro Muñoz
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