2017-08-03 3434 lecturas
Arturo Alejandro Muñoz
especial para G80
El desorden del PS
Mi padre aseguraba que el partido socialista chileno siempre sufrió de una conocida enfermedad política: la falta de consistencia en la necesaria y vital unidad interna.
Lo que permite la atomización materializada en grupúsculos y colgajos que se desprenden del núcleo central cada vez que el PS realiza un Congreso u otra reunión nacional, o participa en el gobierno de turno.
Otra carencia del PS: el desorden vestido de "despreocupación" irresponsable y suicida, que permitió a los agentes de la dictadura –entre 1973 y 1977– acceder fácilmente a nombres y direcciones de miles de miembros del partido, lo que se tradujo en una masacre. Ninguna organización de izquierda tuvo mayor cantidad de asesinados y torturados que el viejo PS.
El mentado desorden se trasladó al exilio, en donde la atomización del PS hizo hablar del ‘archipiélago’ izquierdista. Los grupúsculos fueron numerosos, demostrando que la sangrienta historia reciente no había dejado ninguna lección. Los agentes de la dictadura continuaron infiltrando los intentos de recomposición del partido, especialmente en Italia y en México.
A tal grado llegó la infiltración cívico-militar, que el año 1983 apareció un referente bautizado como "Partido Socialista Chileno", costilla de otro esperpento conocido como "Frente Socialista". Una argamasa parida en el exilio europeo merced a los esfuerzos de la ‘inteligencia militar’ (naval, para ser exactos) encabezada por el inefable Juan Carlos Moraga Duque, quien –en el Chile de los 80– fue conocido con el nombre de Alejandro Velasco.
Velasco: esa era su ‘chapa’. Corría el año 1983. Recuerdo verle llegar al tercer piso del deslavado edificio santiaguino sito en calle Teatinos Nº 727, donde funcionaba la CEPCH (Confederación de Empleados Particulares de Chile). Fue a solicitar una entrevista con los ‘capos’ de la Confederación, en ese entonces Federico Mujica, Jorge Millán, Jorge Varela y Walter Antognini.
Su interés (eso afirmó en ese momento) era conseguir una ‘abuenamiento’ con la directiva de un sindicato afiliado a CEPCH, con el cual ‘Velasco’ mantenía un pleito judicial por asuntos de deslindes entre la colonia de veraneo de ese sindicato y una propiedad de su padre, en el puerto de San Antonio.
El proceso judicial favoreció al sindicato, pero eso no disuadió a Moraga porque el asunto de los deslindes era sólo una fórmula para ‘entrar’ al mundo sindical que había alcanzado gran notoriedad e importancia luego de las “Protestas Sociales” de ese mismo año 1983.
El objetivo era ganar la confianza de los máximos dirigentes de la CEPCH para, desde el interior de la Confederación, influir en el resto del conglomerado sindical nacional y arrastrar a muchas organizaciones de trabajadores hacia una postura abiertamente anti-demócrata.
Sin embargo, las dudas respecto de la autenticidad de Moraga superaban con creces a la voluntad de trabajar con él. Por ello, desde la CNI surgió un plan desesperado: un golpe a la cátedra…un ‘arresto’ a plena luz del día y frente a la sede misma de la CEPCH. El encarcelamiento de Moraga por parte de la CNI colocando la noticia en las portadas de diarios y noticieros de televisión.
Una tarde de viernes, al abandonar la sede sindical, fue “atrapado” por agentes de la CNI en plena calle Teatinos mediante un ostentoso operativo que detuvo el tránsito en esa vía mientras un helicóptero sobrevolaba el sector.
El gobierno de Pinochet solicitó cadena perpetua para el tal Velasco por haber ingresado clandestinamente al país. Y Velasco ya no era Velasco, pues a partir de esa mediática y peliculesca detención decidió utilizar su nombre verdadero (?): Juan Carlos Moraga Duque.
Fue defendido por un abogado ‘estrella’ de la época. El famoso ‘Tonguito’ Ovalle, un derechista liberal muy amigui del general Gustavo Leigh –en ese entonces autodeclarado (??) enemigo de Pinochet y de Manuel Contreras– le sacó de la cárcel luego de un cortísimo proceso judicial profusamente informado por la prensa oficial de aquellos años.
Al regresar a la sede de la CEPCH, Moraga se presentó como un “socialista que había ingresado clandestinamente a Chile desde el exilio”. Dijo que su centro de operaciones políticas se encontraba en Alemania Oriental y en Italia donde, según afirmó, había trabajado asesorando a Bettino Craxi hasta poco tiempo antes de que este fuese elegido Primer Ministro del gobierno italiano. Manifestó que su interés principal era dar vida a un referente político que bautizó como “Frente Socialista”, prolegómeno de lo que –se suponía– debería ser el renacimiento del viejo Partido Socialista que, al menos en Europa, se encontraba escindido en mil fracciones.
Ya nadie le creía. Para los dirigentes sindicales de entonces todo lo que hacía Moraga olía a “planes de ‘inteligencia militar’ estructurados y acordados con la CNI”. De un día para otro, el maquinador “llegado del exilio” fue abandonado (y rechazado) por el mundo sindical y el mundo de la izquierda.
Con mayor razón cuando se le vio acompañado de extraños personajes que pronto fueron individualizados como “jóvenes oficiales de la marina en misiones civiles”, con los que Moraga arrendó e implementó un cuartucho en el segundo piso de un viejo inmueble ubicado en la avenida Ricardo Cumming, en el que instaló una suerte de mini-imprenta desde la cual fluían panfletos, librillos, volantes y similares.
Rápidamente comenzó a fraguar las estructuras de un grupo político que a poco andar se inclinó definitivamente hacia el sector encabezado entonces por Francisco Javier “Frafrá” Errázuriz, personaje relevante en materias comerciales y financieras, pero salido de las tiras cómicas en lo referido a la política en serio con su partido llamado UCC, Unión de Centro-Centro.
Conocedor de las (in)capacidades de Frafrá en asuntos públicos, Moraga se erigió rápidamente en una especie de “jefe de campaña” de la candidatura presidencial del millonario aristócrata, francamente vapuleado y ridiculizado por Patricio Aylwin y la Concertación en el año 1990. Errázuriz vivió una aventura presidencial loca y sin destino, pero rentable comercial y económicamente para Moraga Duque: ella le permitió encontrar puertas abiertas en cofradías de viejos militares y opulentos financistas pertenecientes al pinochetismo nostálgico, donde se le recordaba como “agente del gobierno militar en el mundo sindical”, como reconoció un viejo capitán de fragata que hoy se dedica a la comercialización de frutas.
Al año siguiente (1989) se descubrió cómo era en realidad esa murga política, cuando proclamó al líder del ultramontano y pronazi movimiento Patria y Libertad, Pablo Rodríguez Grez, como su precandidato a la Presidencia de la República. Años después fundó (o coadyuvó en su fundación) el Partido Regionalista, convirtiéndose en su primer presidente. De lado a lado, de una ribera a otra, el ‘agente’ Moraga se disfrazó con los perendengues de un fragmentado partido socialista, escindido en múltiples grupúsculos luego del golpe de estado.
El 29 de mayo de 2002, el diario electrónico Primera Línea (de La Nación) publicó –bajo el título "Detenido ex colaborador del régimen militar"– la siguiente nota:
“Funcionarios de la Brigada Investigadora de Delitos Económicos (Bridec) de la Policía de Investigaciones detuvo a quien fuera presidente del controvertido Partido Socialista Chileno, Juan Carlos Moraga. Fuentes policiales precisaron que la diligencia se concretó a raíz de tres órdenes de arresto pendientes por estafas, las cuales habría cometido el dirigente en diversas ocasiones. Juan Carlos Moraga creó el llamado Partido Socialista Chileno para defender al general (r) Augusto Pinochet y fue además ex militante de la Juventud Socialista de San Antonio hasta 1973, para luego huir a Francia. A su regreso de Europa se integró a los servicios secretos del régimen militar. La última vez que el nombre de Juan Carlos Moraga apareció en la prensa fue a raíz de la salida de Edgardo Lienlaf de la dirección de la Conadi, debido a una venta irregular de terrenos a comunidades indígenas”.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde la década de 1980, sin embargo, lo que no cambia es la calidad de administradores del sistema neoliberal que caracteriza a los dirigentes del partido socialista en su versión “renovada”, tienda que reconvirtió su fe arrodillándose ante la nueva religión del ‘capitalismo salvaje’.
El tipo de banda que permite la aparición de ‘líderes’ y/o ‘compañeros de ruta’, como Moraga Duque, Fulvio Rossi, Marcelo Díaz, Marcelo Schilling, o Daniel Farcas. Esos que tienen por bandera la insignia que les ofrecieron los patrones del economicismo de Chicago, parados sobre la expoliación del país y la explotación de la sociedad toda.
Arturo Alejandro Muñoz
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