2015-08-21 1807 lecturas
Arturo Alejandro Muñoz
especial para G80
Los temidos tres tercios anuncian regreso
Las ‘cuentas del almacenero neoliberal no cuadran y el débito empieza a pasar factura
Quien tenga edad suficiente para recordar los tiempos de la “guerra fría” podrá –quizás– concordar con lo que expondré a continuación. Durante décadas se temió que las dos grandes potencias de entonces –USA y URSS– podían descalabrar al mundo con una guerra nuclear. Sin embargo, ello no ocurrió, pese a que en alguna oportunidad la situación estuvo cercana al desplome, como fue el caso de la crisis de los misiles en Cuba, el año 1962.
El asunto que deseo rescatar se relaciona con el equilibrio del poder, ya que la fuerza –la total y portentosa– estaba dividida en las potencias mencionadas, y casi en partes iguales.
Esto otorgaba algún grado de tranquilidad a los países llamados “tercermundistas”, quienes podían aventurar intentos por zafarse de la potencia que los asfixiaba, sabiendo a ciencia más o menos cierta que la otra potencia les serviría de escudo y protección.
El año 1989 todo ello se vino al suelo junto al derrumbe de los ‘muros ideológicos’, o del socialismo real. A partir de ese momento, y hasta el presente, la balanza se inclinó con fuerza hacia un solo lado: el del capitalismo. El resto de la historia (neoliberalismo incluido) es suficientemente conocida y no requiere más líneas explicativas. Bueno, eso es lo que supongo.
Si trasladamos lo anterior a la política local, a la historiografía partidista chilena, descubrimos la existencia de perfiles similares en aquellos años de ‘guerra fría’.
Antes de que los muros cayeran, y antes del genocidio golpista de la derecha empresarial-político-militar, la balanza se encontraba equilibrada en Chile. El escenario político se dividía, básicamente, en tres grandes sectores: derecha, centro e izquierda. Ninguno de ellos, por sí mismo, contaba con fuerza suficiente para gobernar sin requerir de los aportes y voluntades de uno de los otros dos sectores.
Hubo, claro que sí, un momento excepcional que rompió temporalmente esa realidad. Ese momento se produjo el año 1964, cuando la Derecha se restó en la elección presidencial (se ‘restó’ en los hechos concretos aunque presentó –para decir ‘presente’ nada más– un candidato: Julio Durán Neumann), y apoyó decididamente al candidato de la Democracia Cristiana, Eduardo Frei Montalva.
Frei Montalva disfrutó en cierto modo de un triunfo pírrico, ya que el 54% obtenido en las urnas jamás tuvo su símil en el poder legislativo, donde la Derecha le quitó el apoyo tempranamente tildándole luego de “Kerensky chileno” (si usted no sabe quién fue Kerensky en la Rusia zarista, ingrese a Google y averígüelo por favor).
Hasta ahí, los años de los recordados “tres tercios”. Un tercio izquierdista, un tercio derechista y otro tercio del centro. Eran tiempos en que trabajadores, pobladores, estudiantes y chilenos de a pie sabían que sus intereses eran defendidos en ambas cámaras del Parlamento merced a la fuerte presencia de representantes de partidos populares. Así venía sucediendo desde el lejano año de 1925.
El golpe de Estado de 1973 barrió con todo aquello, y luego el lamentable ‘duopolio’ se encargó de eliminar toda posibilidad de auténtica representación popular en el poder legislativo y, por cierto, en la presidencia de la República.
La cuestión –para los socialistas ‘renovados’ y sus socios dizque ‘progresistas cristianos’– era muy clara: gobernar en nombre del pueblo, pero nunca para el pueblo, y menos aún con el pueblo. Era lo que exigían las instituciones del neoliberalismo salvaje (Banco Mundial, FMI) y sus representantes políticos sitos en Washington.
Pero, las cuentas del almacenero, una vez más, no cuadraron y la estantería neoliberal comenzó a moverse con bamboleos severos que anunciaron problemas serios y un futuro incierto.
Tal vez de azaroso rebote, vale decir involuntariamente, este segundo gobierno de Michelle Bachelet estaría abriendole las puertas al regreso de los nunca bien ponderados “tres tercios”, esos mismos que el actual establishment rechaza y ataca.
Algunos democristianos, socios endebles del socialismo bacheletista, pero admiradores silentes del pinochetismo ‘chicaguiano’ –Mariana Aylwin, Ignacio Walker, Jorge Burgos, René Cortázar, Andrés Zaldívar, Gutenberg Martínez y otros–, anuncian la agonía del bloque que comenzó llamándose “Concertación” y que, rebautizado como ‘Nueva Mayoría’, se remece en estertores que anuncian la fuga del PDC (y de buena parte del ‘laguismo’) a las trincheras de los colgajos del derechismo fundamentalista guzmaniano conocidos como “Fuerza Pública”, “Amplitud” y similares.
El naipe se está barajando de nuevo. La presencia totalitaria del neoliberalismo triunfante en los años 1980 –ese de la balanza que cedió sus platillos a un único sector–, se enfrenta ahora a una realidad que los ‘capos’ del FMI, del Banco Mundial y Casa Piedra veían venir: el momento en que el neoliberalismo no tuviese ya nada más que ofrecerle a la sociedad chilena. La brecha económica y el clasismo rampante siguen in crescendo anunciando futuros peligros.
Ante este escenario, el pavor de la derecha y sus cipayos tiene como causa la potencial unidad de los movimientos sociales con grupos y referentes de una izquierda que parece estar aglutinando a vastos sectores del quehacer nacional. Específicamente, ese 60% que no concurrió a sufragar en las últimas elecciones.
Para los socios neoliberales DC y Derecha, el maremoto de los tres tercios viene con olas gigantes. El sismo político está comenzando.
Arturo Alejandro Muñoz
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