2007-08-14 6413 lecturas
Leopoldo Lavín Mujica
especial para G-80
La deriva plutocrática y “el mejor columnista de Chile”
La no separación entre los negocios y la política, considerada como un fenómeno poco ético, es la fórmula eufemística empleada para designar una tendencia de fondo en las democracias liberales: la deriva plutocrática de la política en esta primera década del siglo XXI.
La práctica plutocrática se ha globalizado a medida que el poder económico se concentra cada vez más en las manos de la oligarquía mundial. Se monopoliza casi “naturalmente” en un mismo proceso antidemocrático el poder económico, el ideológico-cultural-mediático y el poder político; confiriéndole imperceptiblemente un carácter de casi poder total a la dominación.
Por supuesto, los agentes activos de este proceso se consideran todos con “vocación de servicio público”.
¡Oh paradoja! una vez en el poder, los agentes de la política del dinero tienen la misma agenda: privatizarlo todo (es lo que Piñera haría con Codelco); bajarle los impuestos a las grandes fortunas (Sarkozy acaba de proponérselo a la Asamblea Legislativa en Francia); favorecer las empresas de sus compinches como Bush (Halliburton); atacar frontalmente a los opositores y los derechos sindicales de los ciudadanos trabajadores (Berlusconi) y ser reelegidos manipulando los medios y la información cuando éstos no les son completamente favorables como lo hizo el español Aznar --ídolo de la derecha chilena-- durante el atentado terrorista de la estación madrileña de Atocha.
Jean Ziegler, sociólogo, profesor de la Universidad de Lausana, relator de la ONU sobre los derechos de los palestinos y ex diputado del partido socialista suizo en su libro Los Nuevos Amos del Mundo (“Les nouveaux maîtres du monde”) afirma que éstos “buscan controlar no sólo lo que se hace sino también lo que se dice”.
Cuando no pueden tomar directamente las riendas del poder con el peso de sus imperios económicos como lo hizo Berlusconi y lo intentan a su vez Macri y Piñera, los magnates apuntalan a fieles incondicionales de los cuales podrán obtener, llegado el momento, provecho y servicios. Sucedió con el “nuevo laborista-socialdemócrata” Anthony Blair quien contó con el apoyo de Rupert Murdoch, el halcón y multimillonario anglo-australiano, propietario del imperio mediático mundial News Corp (dueño entre otros del sensacionalista The Sun de Londres, de la cadena de TV norteamericana Fox News, de los estudios Century Fox, de Sky News, de la red Direct TV, etc.) y desde hace algunos días, flamante propietario del preciado portavoz de los sectores neoliberales de los EE.UU., The Wall Street Journal (1).
Lo mismo se repitió en Francia. Detrás de Sarkozy estuvo y está Arnaud Lagardère hijo (2), el aristocrático presidente del grupo de aeronáutica EADS-Airbus, propietario de casas editoriales, radios, diarios y de Canal+, además de patrocinador de certámenes deportivos como Roland Garros (todos ellos sienten una pasión repentina por los deportes de masa).
De forma más subrepticia el poder del dinero en la política se repite en EE.UU cuando los candidatos norteamericanos al Congreso o a la presidencia --ya sea del partido demócrata o del republicano-- tienen que pedirle recursos a las grandes corporaciones de la industria militar (aeroespacial), petroleras, del cine, de la electrónica y de las comunicaciones para poder financiar sus costosas campañas. Poco importan las leyes que fijan montos; los opacos conductos proveen a los “elegidos”. Un escaño en el senado y en la cámara de representantes del Congreso de los EE.UU. se cifra en millones de dólares y los financistas en muchos casos son los mismos.
Difícil ignorar que el dinero corrompe la democracia, privatiza la política en manos de los plutócratas y agranda la brecha de la división social entre los propietarios del poder y de la riqueza y los ciudadanos que viven de su trabajo.
La democracia, un debate entre “iguales” y en igualdad de condiciones
Los ciudadanos griegos del siglo IV antes de J.C. tenían las cosas bien claras al respecto. La revolución democrática ideada en Grecia fue una ruptura con el mundo tradicional donde el poder venía de los ancestros y de la tradición (linaje, abolengo y títulos), del poder del dinero (Plutocracia) y de los clanes armados (oligarquías militares). Pese a sus limitaciones, el genio griego consistió en evitar que el poder fuera confiscado por las oligarquías para beneficio de sus intereses particulares. El truco fue entregárselo a la Asamblea de ciudadanos. A aquellos cuyo origen era oscuro, a los sin poder, al “demos”. Es el comienzo del escándalo democrático que se profundizará con la Revolución Francesa que aún hoy horroriza a las derechas oligárquicas fundamentalistas cuyo arquetipo es la chilena.
Para que el debate sea de ideas, es decir de intercambios intelectuales bajo la forma de la argumentación, éste debe excluir en su principio todo otro recurso adicional. Michael Walter, el filósofo político norteamericano, actualiza la intuición de los demócratas griegos, como el sofista Protágoras o el historiador Tucídides, cuando afirma: “Los ciudadanos entran en el foro político exclusivamente con sus argumentos; todos los bienes que no son políticos, armas, billeteras, títulos y grados hay que dejarlos en el camarín; afirma de manera bastante ilustrativa el connotado politólogo de Princeton University.
Navia el columnista y la selectividad de la percepción
Patricio Navia, autodenominado “el mejor columnista del país”, pareciera desconocer todos estos antecedentes que forman parte de la contingencia y de la historia del ideal político democrático. Está en su pleno derecho no querer darles significación. Habiendo sido formado en el positivismo político norteamericano, Navia está acostumbrado a analizar los hechos fuera de su contexto histórico social y económico. Es un procedimiento habitual en sus columnas: ignorar las fuerzas históricas profundas que le dan sentido a la agitación del momento para así focalizar en los aspectos sicologizantes y contingentes de la conducta política o aturdir con cifras y comparaciones efectistas sin relevancia. Para el positivismo, los hechos escuetos, “neutros” y sin ideología construyen la realidad. Por supuesto, es al lector a quien incumbe ir más allá de la “estética del lenguaje” para discernir en la aparente construcción factual del discurso los presupuestos ideológicos del manejo de la realidad.
El método de Navia es legítimo en el marco del pluralismo de opiniones, mientras el montaje analítico no banalice y omita disecar algunas prácticas que constituyen un precedente que inhabilita éticamente al presidenciable.
No obstante, el politólogo desliza un error de apreciación en su columna en La Tercera (3) donde hace caso omiso de la gravedad que representa en el curriculum del presidenciable de RN el haber incurrido en una figura legal conocida en el mundo entero como “delito de iniciados”. Navia oculta que fue Piñera el que se pasó un autogol. Nadie busca “eliminarlo por secretaría” como afirma el profesor de la UDP. Puesto que si alguien no es capaz de abstenerse de manipular sus propias acciones bursátiles para enriquecerse en sistemas financieros regulados, incurre en un delito que es el uso de información privilegiada (de la FECU) para provecho personal. Si Sebastián Piñera no hubiera podido “abstenerse” de manipular información privilegiada con acciones cotizadas en las Bolsas de Nueva York, Tokyo, Toronto o Montreal, es decir donde la legislación y el derecho no son desprolijos (4) como lo son en el Estado chileno, el empresario Piñera, poco importa si tuviera un 6% del PBI o un 0,1%, podría después de un juicio --bien mediático-- encontrarse por algún tiempo entre las rejas o con un prontuario que lo inhabilita para ocupar un cargo político. La ética lo obligaría a retirarse de la política; dejar de lado sus ímpetus “berlusconianos” y, como Murdoch o Lagardère, apadrinar a un jinete de su cofradía a los cuales apabulla y cohíbe con el peso de su fortuna personal e incluso llegar a acuerdos con un presidenciable concertacionista.
Pagar la multa no borra un acto delictivo resultado de una clara intención que pasó al acto. No remitirse a los tribunales para lavar la presunción de sospecha en la comisión de un delito es un error político de Piñera que pagará caro el pueblo de Chile si el empresario es elegido algún día presidente de Chile (5).
No especularemos acerca de las razones de Navia para tirarle un salvavidas a su patrón de Chilevisión en el momento preciso en que el conglomerado de Piñera --la Alianza-- cuenta con un magro y desligitimador 14,6% (Adimark) de aprobación en la ciudadanía. En general, los plutócratas-políticos son excelentes armadores de redes de influencia en las cuales no faltan los periodistas, entrevistadores, animadores y politólogos, que se autodenominan independientes e “imparciales” que se mecen con placer.
(1) “La venta del Wall Street Journal es mala para el periodismo y peor para la democracia”, declaró la organización norteamericana por un periodismo libre, Free Press.
(2) El martes 15 de mayo los periodistas del Journal du dimanche (del grupo Lagardère) denunciaron la censura inaceptable que el propietario del periódico, el mismo Arnaud Lagardère, le aplicó a la información primicia que decía que la esposa de Sarkozy, Cecilia, no había ido a votar por su marido el día anterior.
(3) En la revista Reportajes el domingo 5 de agosto pasado.
(4) Si 1.000 empresas han operado a la manera de Piñera, sin haber sido multadas durante años, es porque la legislación chilena al respecto es inadecuada, flexible y la SVS demasiado permisiva.
(5) Más análisis en mi opinión: La berlusconización de la política chilena, en generacion80.cl:
www.generacion80.cl/noticias/La berlusconización de la política chilena
Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Département de philosophie del Collège de Limoilou, Québec, Canadá.
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